SER UN NIÑO EN TIEMPOS MODERNOS. TAREA DIFÍCIL.
- Lic. Olga Córdoba
- 25 mar 2019
- 3 Min. de lectura
Todo niño debe saber:
* Que es amado de forma incondicional y en todo momento.
* Que es cuidado y protegido siempre.
* Que es una persona especial y maravillosa, al igual que todas las personas.
* Que está bien divertirse, no hacer nada y perder el tiempo por un rato.
* Que también hay responsabilidades en cada edad y momento.
* Que puede elegir lo que más le gusta hacer.
* Que merece respeto y que debe respetar.
Sin embargo, actualmente vivimos con niveles de exigencia y competitividad muy altos. Nada de lo que tenemos nos alcanza, nada de lo que somos nos satisface y por tanto de nada disfrutamos. Siempre estamos mirando lo que tengo que comprar, adquirir, aprender y alcanzar sin valorar lo que tenemos ahora.
Vivimos con una permanente sensación de alerta para no quedarnos atrás, para tener, para aprender y hacer. Solo así no seremos sobrepasados por los avances tecnológicos, los nuevos conocimientos y las nuevas formas de vida.
El temor es no llegar a ser exitoso, considerando al éxito como el logro de ganancias económicas y acumulación de cosas.
Los padres modernos deciden la educación de sus hijos en base a estos parámetros. Imponen altos niveles de exigencia que buscan saber de todo, ser los mejores en todo, no equivocarse y no fallar.
Para lograrlo, no solo exigen extremadamente en el ámbito escolar, sino que además no dudan en enviarlos a variadas actividades extraescolares, les marcan rutinas arduas y con escaso tiempo libre, les allanan (contradictoriamente) aprendizajes necesarios hasta límites inverosímiles (responsabilidades, hábitos, capacidad de esfuerzo, valores) en post de un conocimiento académico.
El principal problema de este modelo educativo es que añade una presión innecesaria sobre ellos, una presión que termina arrebatándoles su infancia y crea adultos poco equilibrados emocionalmente.
Si bien algunos niños bajo esta presión son obedientes y logran resultados; a la larga las consecuencias implican:
* Limitación en el desarrollo del pensamiento autónomo y en las habilidades que lo pueden llevar al éxito real.
* Escasa capacidad para tomar sus propias decisiones, experimentar y desarrollar su identidad.
* Exposición innecesaria a situaciones de exigencia y estrés que quita la vivencia de un aprendizaje basado en la alegría y la diversión.
* Pérdida de la motivación intrínseca ya que sienten que vale más el resultado que el camino que se realiza para alcanzar lo deseado. Al centrarse en los resultados, buscan el éxito en sí mismo sin importar lo que suceda en el medio, sin que el otro sea importante (egoísmo, individualismo) y dejan de disfrutar.
* Mayor temor o intolerancia al fracaso, lo que los convierte en personas que apuestan por lo seguro y aceptan la mediocridad.
* Genera pérdida de la autoestima porque el nivel de perfeccionismo al que siempre han estado sometidos les hace creer que nunca será suficiente y que basta el más mínimo error para que los demás los dejen de amar.
Hay que recordar que solo una vivencia de los aprendizajes basado en la aceptación, el amor, la comprensión y la relajación aumenta en los niños las ganas de crear, ser curiosos, aprender en forma permanente y ser activos socialmente.
Padres no olvidemos:
* Potenciar la estimulación que desarrolla y abandonar la presión que agobia.
* Que el tiempo de los padres dedicados a los hijos no tiene reemplazo como elemento estimulador.
* Que tiene más valor para el rendimiento académico la lectura, con dedicación y tiempo, por parte de los padres que los celulares, las computadoras más caras o los mejores juguetes tecnológicos.
* Que la felicidad de nuestros hijos no se mide según sus calificaciones.
* Que los niños merecen la libertad para explorar todo y decidir por ellos mismos lo que les gusta y lo que los hace felices.
Lic. Olga Córdoba
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