GRITAR, NO SIRVE
- Lic. Olga Córdoba
- 29 abr 2019
- 7 Min. de lectura
Muchas veces queremos lograr que nuestros hijos/as, alumno/as nos respeten y/o aprendan ciertas conductas y les gritamos. Les gritamos pensando que eso nos hace poseedores de mayor autoridad, porque creemos que aquello que se impone funciona para cambiar al otro o porque simplemente no tenemos otras herramientas que utilizar. Pero esto no es así.

Lo que tenemos que saber es que el grito es vivido por los niños como una situación negativa y frente a esto nadie está dispuesto a escuchar o a aprender con verdadera atención o con ganas de mejorar; por el contrario esto genera estrés, angustia y ansiedad.
Lo viven como una situación de peligro y su cerebro, simplemente por la tan básica necesidad de supervivencia, comienza a liberar dopamina y adrenalina preparándolos más para huir o paralizarse sin saber qué hacer, que para dar una respuesta optima y positiva.
Toda situación que nos enfrenta al peligro, nunca sirve para aprender.
Estas vivencias se registran como recuerdos negativos que generan una actividad similar cada vez que nos enfrentamos a las actividades, situaciones o vivencias que experimentamos en ese momento. Frente a esto la capacidad de aprender se bloquea.
Si mamá me grita cada vez que me equivoco en una cuenta de matemáticas, el miedo se activará cada vez que deba realizar eso en el contexto de mi casa, del aula o en medio de una evaluación.
Si mi papá se enfurece y grita cada vez que, sin querer, se me cae un vaso de agua en la mesa, tendré miedo a hacerlo otra vez, trataré de evitar agarrar el vaso o lo haré y seguro se me caerá porque tendré mucho miedo a que la situación se repita. En conclusión no logré aprender a hacer mejor las cosas, solo me quedé con el miedo a la reacción.
Si mi maestra cada vez que quiere poner orden, grita, jamás lograra que la respetemos, deberá seguir imponiendo el orden.
El respeto se gana respetando, la obediencia se gana con paciencia, los aprendizajes requieren un tiempo y un esfuerzo y que hagan lo correcto dependerá en gran medida de nuestro propio comportamiento.
Hay que recordar que el ejemplo enseña más que las palabras y nuestras acciones determinan el hacer de los niños. Demos ejemplo con nuestras conductas y ellos copiaran eso de nosotros.
Cuando perdemos el control y gritamos, lo que les enseñamos es a gestionar la ira y la rabia con agresividad y violencia, así haremos de ellos personas llenas de rabia que gritan y pierden el control delante de situaciones que los frustren.
Lo importante es ayudarlos a gestionar esas emociones con autocontrol, con calma, hablando de lo sucedido de manera abierta y de las emociones (lo que sentimos) frente a lo sucedido abiertamente. Hay que generar interacciones positivas si queremos hacer mejores a nuestros hijos o alumnos.
Cada vez que les gritamos, perdemos autoridad positiva, perdemos respeto, perdemos comunicación, ganamos distancia, ganamos frialdad en las relaciones, ganamos más gritos y ganamos malestar emocional.
Porque es importante dejar de gritar y cómo hacerlo:
Al gritar no logramos que aprendan y bajamos su autoestima. Para educar mejor debemos elevar la autoestima de nuestros hijos y alumnos reconociendo sus capacidades, reconociendo los errores como propios de un proceso de aprendizaje, valorando sus esfuerzos y corrigiendo con afecto, cariño y comprensión.
Gritar, es sinónimo de búsqueda de perfección, de baja tolerancia, de sobre-exigencia y todo eso tiene un efecto nefasto en la autoestima de los niños. Lo que les hará pensar es que no los queremos, que nos avergonzamos de ellos, que “no pueden” hacer cosas bien. Sentirán que nunca están a la altura de lo que esperamos de ellos, hagan lo que hagan. Cuando el grito aparece frente a un error borra cualquier sentimiento de haber hecho algo bien.
Como adultos tenemos la responsabilidad de controlar nuestras emociones. Controlar las emociones es reconocer que sentimos frente a cada situación que vivimos y cómo reaccionamos en consecuencia. Cuanto más nos conocemos a nosotros mismos mejor actuaremos frente a la realidad evitando ser impulsivos, agresivos, o generando mayores problemáticas. Si logramos reconocer nuestras emociones, sean estas negativas o positivas, seremos capaces de serenar la mente, podremos enfrentarnos mejor a la toma de decisiones difíciles, a situaciones poco agradables y a etapas de cambio. Nos permitirá ser mejores personas.
Al manejar nuestras emociones les enseñaremos a los niños a controlar las suyas. Seremos un buen ejemplo y nosotros y ellos serán mejores. Saber controlar las emociones no significa que nunca voy a enojarme, que debo estar siempre feliz o que no puedo estar triste; por el contrario es reconocer esas emociones para trabajarlas, controlarlas, reconocerlas y poder actuar mejor. Ayuda mucho el poder expresarlas, hablar de ellas y transmitirlas a los demás. Si nosotros como adultos hablamos de ellas, nuestros hijos también se animaran a contarnos de las suyas.
Empecemos a trabajar con nuestras emociones, lo que sentimos, lo que transmitimos y como lo controlamos. Es un entrenamiento que requiere tiempo y esfuerzo. Una cosa importante para trabajar este aspecto es empezar a darnos cuenta cuando somos nosotros el origen de situaciones de descontrol y gritos. Primero siempre iniciar el día buscando hacer de él el mejor día, pero suele suceder lo contrario y tener un mal día provoca que cualquier chispa encienda el fuego y es ahí, justo ahí, que debes darte un momento, haz algo que te haga sentir mejor y deja de reunir enojo o bronca porque eso alimentara mas el fuego. En algún momento tienes que parar y solo tú lo puedes hacer.
Hablar, castigar o actuar cuando uno está enojado aumenta notablemente la probabilidad de tomar malas decisiones, de gritar en vez de hablar, de usar castigos exagerados y poco educativos y actuar de manera desproporcionada. Por eso piensa antes de actuar y así podrás controlarte y reaccionar mejor frente a las situaciones.
Es necesario adquirir un compromiso. Reconocer los errores es el primer paso para el cambio. Es entonces importante que nos demos cuenta de cómo estamos actuando frente a nuestros niños. ¿Somos tolerantes?, ¿Entendemos que hay cosas que las harán mal por su inmadurez?, ¿Nos estaremos desquitando con ellos de enojos que traemos del trabajo, de la calle, etc.,?, ¿Están ellos reaccionando con sus conductas a nuestra forma de poner límites?. Debemos hacer un trato familiar y empezar a pautar reglas de convivencia dentro de la casa si se trata de nuestros hijos o un contrato áulico que establezca formas de comportamiento para todos (inclusive el docente) si son nuestros alumnos. Este “trato” nos debe comprometer a dejar de gritar y a hablar con respeto como uno de los ítems primeros. Reconoceremos y se lo expresaremos a los niños claramente. Les diremos que estamos aprendiendo a poder convivir mejor y a tratarnos mejor y entre todos nos tendremos que ayudar. Seguramente cometeremos errores pero si hay paciencia, tolerancia y amor cada vez será mejor.
Recordar que los niños deben actuar como niños:
Los niños son niños, no les pidamos que actúen como adultos. Muchas veces les reclamamos cosas que son mas una necesidad de los grandes que de ellos.
No significa dejarlos hacer lo que deseen todo el tiempo, solo tener cuidado de no sobre-exigir. Pedirles que estén sentados y quietos durante horas cuando sabemos que necesitan moverse, pedirles que hagan las cosas al mismo ritmo nuestro, vistiéndose rápido, desayunando a mil, haciendo mil actividades, solicitar que no usen el celular mucho tiempo cuando somos nosotros los que no lo abandonamos ni para ir al baño.
Ellos requieren tiempos diferentes, están aprendiendo, necesitan tiempo libre y jugar.
Los niños están en edad de ir adquiriendo paulatinamente responsabilidades, mientras aprenden de la mejor manera que hay: jugando. Somos nosotros los encargados de recordarles cada día sus obligaciones. Es nuestro trabajo como adultos (padres o docentes), debemos recordarles las mismas cosas hasta que adquieran el hábito y entonces tendremos que recordarles las siguientes. Es un trabajo que nunca acaba, porque están creciendo y a cada etapa le corresponden nuevos aprendizajes.
Ofrecer empatía cuando expresan cualquier emoción
Cualquier emoción, buena o mala, debe ser escuchada. Para mostrar empatía debemos hacer entender a nuestro hijo/ alumno que entendemos cómo se siente. Así aprenderán a aceptar sus propios sentimientos que es el primer paso para aprender a manejarlos. Una vez que los niños pueden manejar sus emociones, podrán manejar también su comportamiento.
Ser empático es comprender al otro en todo momento, incluso cuando no se está comportando bien o como esperaríamos, entender que algo le pasa, que está aprendiendo, que necesita ayuda. Tratemos a los niños con respeto, marcándoles los errores y los malos comportamientos desde el reconocimiento de que pueden comprender, de que son capaces de aprender y desde la confianza de que pueden cambiar. Sólo así sentirán ganas de portarse bien y de tratar con respeto a los demás.
Tu hijo/a, tu alumno/a merece tu respeto más que cualquier otra persona.
Si me equivoco lo reconozco y busco un límite positivo.
Seguramente todos hemos vivido algún momento de tensión importante.
En casa por ejemplo situaciones de tensión que provocan gritos, llantos, gran malestar emocional y donde nada se resuelve, sino que empeora.
En la escuela llamados de atención excesivos donde los docentes deben gritar, los chicos no escuchan o escuchan lo que quieren, peleas entre compañeros,
sensación de injusticia y sentimientos de enojo, impotencia o bronca que se controlan momentáneamente, pero son una pequeña bomba que puede explotar en cualquier momento.
Lo importante es parar a tiempo, es saber pedir un time-out: tiempo fuera. Que cada uno permanezca en su sitio hasta que se desvanezca la ira. Posteriormente conversar en un lugar tranquilo, aclarar cosas, pedir disculpas si es necesario, buscar una actividad para hacer donde podamos compartir y reconocernos con el otro y potenciar conductas de dialogo o tolerancia para otra situación similar.
La idea es ayudar a analizar la situación de manera objetiva. Cuando ya no sientas enojo será más fácil. Piensa en qué quieres conseguir y cuál es la mejor manera de hacerlo.
Si quieres que tu hijo te obedezca, ten paciencia y repite la norma las veces que haga falta, incluso ayúdale físicamente a hacerlo, tómalo de la mano y guía sus pasos. Quieres que tu hijo te respeten, enséñale con el ejemplo.
Si quieres que tus alumnos sean colaboradores del silencio y el orden en el aula, debes trabajar todos los días, analiza lo que hacen mal pero valora lo que si logran, dialoga con ellos y acuerda actividades a trabajar para ellos. No solo debes imponer entre todos pueden crear.
Es importante fijarse objetivos, pero también los pasos a dar para alcanzarlos. Los aprendizajes requieren tiempo y paciencia, tu hijo o tu alumno no lo pueden aprender todo la primera vez que se lo mencionas.
Lic. Olga Córdoba
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